miércoles, 18 de julio de 2007

Las grietas del relato histórico - Capítulo 2 Los fusilamientos de 1907

La Casa del Pueblo. 25/07/1907, La Prensa.

Hasta que un día cualquiera te fusilan…

El hecho inicial sucedió en los muelles donde se construían los elevadores que extenderían el puerto de Ingeniero White. Allí resultaron cesanteados dos obreros remachadores que trabajaban en las obras de ampliación del Ferrocarril del Sur. El sábado 20 de julio de 1907 los obreros reunidos en asamblea resolvieron declararse en huelga, exigiendo la reincorporación de sus compañeros, la jornada laboral de 8 horas y un 30% de aumento en los salarios. Pero en el amanecer del lunes cuando todos debían paralizar las obras, la medida se efectivizó sólo en algunos pocos sectores. Por la tarde los grupos obreros celebraron una nueva asamblea y aprobaron la realización de una acción de agitación en las instalaciones de la rivera de Ingeniero White donde trabajaban más de 3000 hombres. El viernes los huelguistas habían comunicado a la empresa las condiciones para una negociación y pusieron como plazo para una respuesta el lunes por la noche. Vencido éste, a la mañana siguiente se realizaría la protesta con la intención de animar al resto de los proletarios que atemorizados por la patronal, no se sumaban al movimiento.

La huelga general como medio de presión de la clase obrera ya era un mecanismo profundamente instalado en la población del país. En la reconstrucción de la historia social Argentina, los especialistas recuerdan aquella primera década del siglo XX, como la “etapa heroica” del movimiento obrero nacional.[1]

En la ciudad era habitual la realización de paros, que en general se reducían al reclamo de cada rubro del trabajo por separado, sin lograr unificar diversos gremios en una misma medida. En este marco, el conflicto de White de 1907 se presentaba como una paritaria más de las tantas de esa época, donde una negociación racional podría haber acabado con la protesta en pocas horas. Pero nada de esto sucedió.

Al amanecer del martes 23, minutos antes de las 7 de la mañana, un grupo de obreros ingresó al área de trabajo lanzando consignas y llamando a la huelga. A poco de recorrer los talleres, decenas de empleados comenzaron a seguirlos sumándose a la agitación. Los huelguistas arrojaban las herramientas al agua y descargaban la bronca contra las máquinas. Pero a los pocos minutos, con las primeras luces del día y la helada matinal cayendo sobre el puerto, los vigilantes de la empresa comenzaron a perseguir y dispersar la protesta. El clima se tornó confuso, algunos gritaban, otros corrían; hasta que en medio de playón se dieron los primeros incidentes, luego de que los capataces Williams Kelly y Patrics O´Bryan, ambos de nacionalidad inglesa, quisieran obligar a golpes a un obrero a permanecer en el trabajo. Según La Protesta, Kelly era un déspota con los obreros acostumbrado a insultarlos de hechos y de palabra, y el segundo –O´Bryan– un rompehuelgas incorregible. Lo cierto es que en esta ocasión los custodios cargaron sus armas de fuego y chocaron con los rebeldes. Se produjo un forcejeo que terminó con los dos vigilantes heridos.

Éste fue el motivo expreso que encontraron las autoridades de Ingeniero White para desatar una violentísima cacería de obreros nunca antes protagonizada en la historia de la ciudad.

Todavía no eran las nueve de la mañana, cuando salieron marchando por las calles de tierra del puerto los obreros que acababan de paralizar las obras. Se dirigían a la Casa del Pueblo entonando consignas con la intención de celebrar otra asamblea y decidir los pasos a seguir. La situación se presentaba clara, estaban esperanzados en poder detener la producción en el puerto y emitir comunicados para instalar en el debate público la huelga, como forma de presionar a la empresa a una negociación. Desde el sábado el conflicto estaba lanzado y prometía tomar mayores dimensiones.

La asamblea en la Casa del Pueblo comenzó cerca de las 9 de la mañana. De inmediato se izó en lo alto de la casona una bandera negra que flameaba con el viento que soplaba desde la ría. Los obreros colmaron el local para debatir a los gritos, con intervenciones preferentemente en castellano, pero con comentarios por lo bajo en varios idiomas más.

Mientras tanto la Empresa ya había puesto en aviso a la Marina del acontecimiento ocurrido en los muelles. Pasadas las 10 de la mañana, el oficial de la Subprefectura Juan Posse organizó un grupo de 18 hombres encargados minuciosamente para reprimir a los responsables del incidente. Los marinos salieron formados desde la sede oficial, caminaron 100 metros y se pertrecharon frente a la Casa del Pueblo en dos hileras. Sin dar aviso alguno, Posse dio la orden de abrir fuego, pero los marineros no se animaron a apretar el gatillo. Entonces enojado, el oficial sacó su propio revólver y al repetir la orden fue él mismo quien comenzó a disparar. Ahora si los verdugos acataron la directiva y lanzaron una primera ráfaga cerrada de Máuser, generando desconcierto entre los asambleístas sorprendidos por los ruidos. Desconociendo el origen de las explosiones, alguien desde adentro de la casa respondió con un ¡Viva la Anarquía! al que le contestaron con 7 descargas más, que penetraron en el frente del local sembrando el pánico en el centro del puerto. La cacería estaba desatada. Los impactos destrozaron las paredes y bañaron con sangre todo el piso del salón. Los obreros gritaban, se apilaban en los rincones, buscaban refugio saltando el pequeño paredón del fondo que lindaba con un terreno. Los represores desencajados, derribaron la puerta y comenzaron el desalojo.

Entre los gritos, los soldados continuaban disparando a menos de 5 metros de distancia a quienes iban saliendo. Con las pericias médicas posteriores se supo que todos los heridos estaban lastimados en su torso o en las piernas, evidenciando las intenciones asesinas de los disparos. Los agentes requisaron y palparon de armas a más de 500 personas y ni siquiera a uno solo le encontraron armamento alguno. Solo cinco cuchillos, habituales atuendos de los hombres de la época, fueron las armas detalladas en la investigación oficial. Algunas fuentes señalan que se encontraron dos revólveres, ninguno de ellos con detonaciones recientes.

Un niño de 13 años que contemplaba la escena bélica desde cerca, escuchó los disparos y comenzó a correr hasta que se enredó con un alambre caído. Lo soltó el impacto de un proyectil que le impacto en el pulmón y lo dejó internado por varios días. Los testigos contaron que hasta las zanjas del desagüe funcionaron como refugio para quienes huían de la balacera.[2]

En el centro del puerto y a plena luz de la mañana se estaba protagonizando un fusilamiento sangriento. La gente que pasaba y aquellos que escuchaban desde lejos los disparos se acercaban curiosos a la esquina del conflicto. La escena era peor de lo que cualquiera de los transeúntes podía imaginar. Nadie reconocía una revuelta obrera, ni distinguía huelguistas de otras víctimas; los Máuser apuntando en todas las direcciones se apoderaban de las miradas.

La brutalidad no se limitó a los huelguistas. Violentos golpes de culata eran lanzados por los marinos para quienes en aquel momento pasaban circunstancialmente por el escenario de los hechos. José Falcioni, un joven italiano católico, miembro de la sociedad recreativa La Siempre Verde de White y desvinculado totalmente de cualquier actividad política, pagaría con su vida aquel encuentro casual con las fuerzas del orden.

El puerto quedó desolado, en silencio. El clima se tensó y el temor se sentía en cada esquina, ante la presencia de los ejecutores. Los comercios cerraron sus puertas atemorizados por la sensación general. La violencia de los agentes no solo fue brutal en sus métodos, sino también extralimitada en su jurisdicción, ya que la Casa del Pueblo estaba ubicada en la barriada del puerto cuyas tierras pertenecían a la Provincia de Buenos Aires, donde no tenían competencia las fuerzas nacionales como la Subprefectura.

Nada de esto importó a los oficiales que de inmediato se pusieron al servicio de la empresa inglesa. Merece el recuerdo el ayudante de la marinería Jorge Loppe, quien se negó a obedecer las órdenes de fusilamiento impartidas por Posse frente a la Casa del Pueblo. En ninguna de las ocho descargas ejecutó su arma, conciente de lo cobarde e irracional de la directiva. Un ejemplo no imitado por sus colegas.

La foto de una de las revistas de esa semana muestra el piquete de marinería que hizo fuego sobre la Casa del Pueblo. Orgullosos se prestaron a posar para la foto y hasta uno de ellos se dio el gusto de salir apuntando con su fusil a la cámara.

Los fusiladores que dispararon contra la Casa del Pueblo posando para la prensa. Caras y Caretas.


El primer despacho a La Vanguardia

El corresponsal local de La Vanguardia, el emblemático periódico del Partido Socialista, no demoró en llegar al lugar de los hechos y enviar el primer despacho que se conoce de este conflicto. El cronista veloz y preciso, dictaba el telegrama que encendía la redacción porteña.

-Bahía Blanca, 23 ( 2 PM). Los obreros constructores y remachadores de este puerto, que se hallan en huelga, reunidos ayer en la Casa del Pueblo, han sido asesinados cobardemente.

Corresponsal.

-Bahía Blanca 23. Comprobando lo comunicado a la tarde, adelantó las siguientes noticias. A las 10 AM de ayer, se encontraba reunido en la Casa del Pueblo de Ingeniero White un número considerable de huelguistas, la Subprefectura, en conocimiento de la reunión, envió un piquete de marineros armados a Máuser, por encargo, según parece, de proceder sin miramientos, contra los huelguistas que serían unos 800.

Al abandonar el local, los asistentes, fueron recibidos a balazos por la marinería.[3]

La descripción de este corresponsal, que desde el propio puerto enviaba sus textos al diario, es sin duda el testimonio más fiel que se conserva en la reconstrucción de los hechos iniciales. La Vanguardia le dedicó un espacio central en su tapa del día siguiente a las informaciones que llegaban desde el sur:

Los telegramas que recibimos anoche completan la crónica de los tristes y lacónicos sucesos.

-Bahía Blanca, 23. Al sentirse las descargas acudieron 40 hombres, del Octavo de Infantería Destacado de la ciudad, y un piquete del Cuerpo de Bomberos, rodeando el local obrero y tomando presos a todos lo que se encontraban en él, y que por efectos del ataque, no habían podido abandonarlo.

-Bahía Blanca, 23. Después de la matanza del que fueran victimas los huelguistas, se han enarbolado en la Casa del Pueblo, una bandera roja con un crespón negro, en señal de duelo, como protesta por la barbarie con que se han masacrado cobardemente a los trabajadores en huelga.

-Bahía Blanca, 23. Los obreros de la ciudad, en conocimiento de los hechos sucedidos, organizaron una columna de manifestantes, con la intención de recorrer el pueblo, pero las fuerzas de línea la disolvieron.[4]

Enrique Astorga, el ideólogo de la muerte

La autoridad máxima de los marineros locales, era el Subprefecto Teniente de Navío Enrique Astorga, quien rechazando cualquier intento de valentía, llegó al escenario de los hechos tres más horas, secundado por 30 soldados del 8º de Infantería al mando del teniente Juan Jáuregui y 12 bomberos a las órdenes del teniente Brandam.

Astorga, según recordara en esos días La Vanguardia, forma parte de la nómina de cobardes que fueran protagonistas del polémico naufragio del buque de guerra argentino Rosales, el 9 de julio de 1892. Aquel barco se hundió en medio de un temporal frente al cabo Polonio, en las costas de Uruguay, cuando los oficiales entre los que se contaba Astorga, se escaparon abandonando a la deriva a los tripulantes. El caso de la Rosales fue narrado por Osvaldo Bayer quien analizó minuciosamente la acusación del fiscal Jorge Holson Lowry, cuando pidió pena de muerte para el Capitán de Fragata Leopoldo Funes, Comandante de la Rosales, y penas de varios años de cárcel para el resto de los oficiales. Los acusaba de falso testimonio y de ser partícipes de una maniobra cobarde que dejó librado en medio del mar, en un barco a punto de hundirse, a unos 80 marineros, quienes finalmente murieron todos.[5]

Ante los hechos sangrientos del puerto, Enrique Astorga comenzó a emitir telegramas a las autoridades nacionales alertando de los sucesos. A las 12 del mediodía recibieron en el Ministerio de Marina el primer mensaje desde White. En los envíos, Astorga ensayó una versión fantástica sobre lo sucedido, donde hablaba de obreros atrincherados disparando armas de fuego contra los marinos. Describía una rebelión armada al mando de grupos anarquistas. Reivindicaba el accionar de sus hombres que, sólo imaginariamente, habían combatido a los rebeldes y secuestrado armas en gran cantidad. El Subprefecto, cobarde con antecedente, pedía insistentemente a sus superiores que enviaran refuerzos armados. Para reafirmar su versión, Astorga también remitió su relato a través del titular Correo y Telégrafos y del Inspector de Ferrocarriles. Pero la reconstrucción oficial era tan ficcionada que los propios diarios oficialistas tildaban de “impresiones un tanto exageradas, en los primeros envíos de Astorga desde Bahía Blanca”.[6]

Tal como se podía suponer por su atracción a las fábulas navales, La Nueva Provincia reprodujo las exageraciones absolutamente falsas del marino:

De repente suenan tiros y el capataz O´Bryan cae herido de dos balazos, uno mortal en el vientre y otro en un muslo. Junto a él cae el obrero J. Nelly, con una tremenda puñalada en la espalda. La gritería era espantosa, los obreros empuñaban cuchillos y revolver. Reforzado el piquete de marinería con dos oficiales a su frente, se dirigió a intimar a los huelguistas que se dispersaran, y fue entonces, según la versión policial, que los amotinados hicieron fuego desde las puertas y ventanas sobre la tropa, a cuya agresión ésta contestó con una descarga. En el local convertido en Fort Chavrol, se encontraron muchos revólveres y cuchillos en cantidad como para un pequeño arsenal, lo que prueba que los obreros iban prevenidos al trabajo…
Felizmente a las 12 del día se supo la verdad de lo ocurrido y los sucesos recobraron sus exactas proporciones que son las que quedan en este relato. Informes recogidos en Ingeniero White, aseguran que los 22 hombres de la Subprefecura Sur rodearon la Casa del Pueblo, tenían orden de no hacer fuego sino de impedir cualquier tentativa y de cuidar que no salieran los huelguistas, pero que como éstos hicieron algunos disparos, contestaron con una descarga, repitiéndola por tres veces. [7]

En las pericias posteriores no se encontraron ni siquiera un solo impacto de bala en toda el área de tiro de la Casa del Pueblo. Ningún testigo, incluidos los marinos, declaró haber visto alguien armado que no fueran los uniformados. De todos los efectivos que participaron de la masacre, ninguno recibió herida de ningún tipo. No existía ni siquiera una sola prueba que pudiera dar crédito a las versiones que describían una agresión de los obreros.

El hecho de reproducir la alegoría imaginada por Astorga, aportaba legitimidad a la representación falsa, violenta e irracional que se hacia de los anarquistas. La responsabilidad periodística de presentación fielmente los hechos, aportar comprensión y bregar por una solución pacífica de los conflictos, se vio en esos días constantemente olvidada.

Ante el favorable escenario de confusión creado por los diarios, Astorga continuó desplegando batallones militares y dispuso un amparo de fuerzas públicas para la Oficina de Correos y Telégrafos de White, así como una custodia permanente en las dependencias de la Aduana. Imaginaba una rebelión violenta contra las pocas dependencias del Estado que se habían construido en la pequeña localidad portuaria.

Se supo que durante ese día el Ministro del Interior comunicó los detalles de los acontecimientos de White al presidente Figueroa Alcorta, quien no se pronunció al respecto. Solo se emitió una orden para custodiar los edificios públicos. El gobernador de la provincia no demostró mayor interés y se limitó a pedir refuerzos policiales al Ministro de Guerra, para que no resulten pocos los uniformados involucrados en el hecho. La única preocupación de las máximas autoridades del Estado, se agotaban en la preservación de los bienes materiales a su cargo y la movilidad de tropas.



[1] Bilsky, Edgardo J., Op. cit.

[2] Caviglia, M. Jorgelina. Ingeniero White La huelga de 1907, Ediciones de la Cocina del Museo del Puerto de Ingeniero White, 1993.

[3] La Vanguardia, Buenos Aires, 24 de julio de 1907.

[4] Idem.

[5] Bayer, Osvaldo, Los anarquistas expropiadores y otros ensayos. Plantea, Buenos Aires, 2004.

[6] El Diario, 22 de julio de 1907.

[7] La Nueva Provincia, 24 de julio de 1907.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

Felicitaciones al autor, no pude ir a la presentación pero me comentaron que fue muy interesante.
Es bueno saber que en Bahía Blanca la verdadera historia, la que no es contada, es muy diferente a la que nos muestran.